Angélica Araya es fotógrafa pero su obra no se queda solo en la mirada externa del objeto sino que escudriña , busca, interroga, desde su mirada, generando una interacción que funde su perspectiva interior con el «otro» retratado. Para ello, Araya genera una visión fotoetnográfica que se observa detenidamente la escena y el escenario con que trabaja. Es así como la obra de Angélica Araya ha ido desarrollando una particular visión de nuestro territorio a través de esta mirada que logra develarnos realidades que van más allá de lo aparente; es este lente escudriñador y revelador el que nos guía para reconocernos en lo retratado. Logra además, presentarnos una obra tímida y cálida, donde la autoría se hace notar.
«Mujeres de Arcilla» logra entonces plasmar esta mirada de la autora con la develación de la realidades diversas de las mujeres que trabajan en el mundo rural de nuestra región. El vasto territorio rural de la Región de Coquimbo está poblado de mujeres anónimas que con su trabajo aportan a la construcción de nuestro tejido identitario. Mujeres temporeras, crianceras, apicultoras, artesanas, cocineras, madres e hijas que quizás desde la carencia propia del territorio, lo enriquecen con sus miradas, con sus historias y sus saberes. Mujeres que habitan y modelan realidades diversas y particulares, que se imponen en el silencio del paisaje nortino. «Mujeres de Arcilla» es un aporte a la visualización y puesta en valor de nuestro patrimonio intangible. es además, un ejercicio de reflexión a lo que somos.
Daniela Serani Eliot
Directora
Museo del Limarí (DIBAM)

Año 2010


Emboscados por la chusca de la pampa

Al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir. Éste, el construir, tiene a aquél, el habitar, como meta.[1]

Una aproximación que nos permita revelar lo que fue el proyecto de la fotógrafa Angélica Araya Arriagada, denominado Hábitat Comunal (Re) encuentros con el cotidiano de la Pampa, comienza cuando nos detenemos frente a las imágenes que ella obturó sobre el pulso cotidiano tanto de María Elena como de aquella aridez que rodea al pueblo de Quillagua, en la región de Antofagasta. En cada uno de esos lugares, son las imágenes de sus lugareños las que nos indican cómo todos ellos han enfrentado el día a día de una forma peculiar, pero que sin embargo, los límites de sus localidades conviven con la misma pampa calichera, la escasez del agua y la polvorienta chusca que maquilla las arquitecturas de sus casas.

El vacío del desierto es perpetuo. Esta frase que ya es un eslogan, también pasa a ser una contradicción que nos invita a re-observar las características que persisten en algunos asentamientos humanos que han sobrevivido al paso del tiempo y, por cierto, a esa sequedad que evapora hasta el sudor. Imbuida en esa trama, la fotógrafa y su cámara, en constante diálogo, fueron creando imágenes que interpretan, básicamente, el hábitat y las formas de subsistencia que había ido rescatando de estos pueblos, pero tomando en cuenta que las mismas no debían generar ficciones innecesarias. Según Susan Sontag y a propósito del trabajo de la fotografía: aunque en cierto sentido la cámara si captura la realidad y no sólo la interpreta, las fotografías son una interpretación del mundo… No obstante, el trabajo de introspección de esta fotógrafa ha capturado, por un lado, la realidad actual de la comuna y, por otro lado, cómo esos pobladores comparten el cotidiano. Además con la cita de Sontag podría interpretar que lo fotografiado en las pampas del gran Atacama es un acto conscientemente planificado, ya que todo el trayecto que construyó fue acumulando varios cuestionamientos que no hacen más que interpelar su trabajo dentro de ese territorio. El acto fotográfico que ella ha producido, o más bien que a estas alturas ella ha post-producido[2], es elocuente y rompe los esquemas con los de aquellos fotógrafos ligados a las artes visuales que buscan, en el desierto, ‘una simple postal’, una postal que deliberadamente lo presente como un espacio estático, pero que en realidad casi nunca parece impertérrito.

Angélica Araya Arriagada ha concebido desde la fotografía un enfoque que presenta una acción artística. Simplemente ella ha demostrado que su rigor al obturar es claro y sin negar los dilemas contextuales que acercan miradas y contraponen visiones sobre paisajes tan adversos como éstos que rodean en gran parte el norte de Chile. Es por eso que ella re-visita estos asentamientos ya que han sido los principales testigos de diversas complejidades, sobre todo ante las precariedades que conlleva emplazar lo humano en un árido escenario. Entonces al rescatar lo significativo que ha sido para los pobladores compartir sus gestos, ceremonias y rituales diarios, visibilizamos una realidad objetiva con la que ellos han vivido enfrentando las inclemencias de una vida contemporánea cada vez menos colectiva, por ejemplo.

Todos estos lugares que ella visitó marcan sus propios tiempos, por lo que es indudable que desde aquí la fotografía no solo sea conectada a un enfoque social, propio de las dimensiones del trabajo en terreno, sino que también a las tensiones físicas del lugar, como las que rescatamos en la melancolía que exteriorizan fachadas, patios, salas de juego, cocinas, plazas y almacenes.

 Los ángulos, metáforas y quiebres sociales que inscribe su levantamiento etnográfico, en particular, juegan con esas maniobras visuales que nos muestran a los individuos en situaciones tan únicas e irrepetibles como cuando participan en festividades que ciertamente señalan el entorno que condiciona la vida diaria. Es por eso que las caminatas y charlas con los habitantes de estos pueblos han resumido fielmente lo que significa sentir, contemplar y agudizar entre las historias que surgen, creando diferencias frente a otras imágenes con las cuales son mostradas las texturas de la pampa.

El caso de María Elena nos cuenta de un pueblo que paradojalmente aún extrae nitrato, ese mineral que otros llaman salitre, y por el cual tres países se desangraron a fines del siglo XIX. El nitrato ha configurado la relación que se siente cuando alojamos en este pueblo, por lo que es preponderante comprender que parte de la articulación socio-económica de María Elena depende de la minería. Aunque con el paso del tiempo no solo nitrato y sus derivados han irrumpido en este sector de la pampa, también la industria del cobre ha generado cambios significativos en la sociedad obrera que la habita.

Por momentos el ripio de las calles, la decoración de los interiores de las casas, las pequeñas cafeterías y la vida social que parece inundar algunos espacios reducidos, enrostrándonos cómo estos habitantes construyen su hábitat. Es así como la fotógrafa establece una relación directa entre la realidad que ella reprodujo y lo que conlleva el levantamiento de una investigación etnográfica. Todo lo que rodeaba sus reflexiones apuntaban a caminar por las calles, conversar con sus pobladores y en donde ahondar en cuestiones relacionadas con el entorno a esa pampa cumplen un rol fundamental.

Por otro lado mientras transcurre la residencia en María Elena, ella conecta su relato con diversos viajes que realiza a la localidad aymara de Quillagua. Considerada por la NASA como el lugar más seco del mundo, esta quebrada expone una cartografía que sobrevive dramáticamente ante el rigor del desierto. Su locación, a primera vista, da cuenta de un placentero oasis, pero al contrario de lo que se ve, al estar ubicada en este borde regional[3], pasa a ser una estancia solo de paso para las miles de personas que por ahí transitan. A veces cuando observo a Quillagua, desde lo alto, medito acerca de su frondosidad y creo que es parte de un espejismo que nos generan las diversas contradicciones de las circunstancias que subyacen sobre ese cada vez más yermo punto geográfico. Quillagua ha sido, ante las sombras de la fotógrafa, un lugar indeterminado y que por sí mismo configura otras imágenes que indican otras locaciones. Es ahí donde comprendo que el relato que ha sido atesorado por el oasis lo constituye, en parte, esa soledad que se respire y viaja con las tolvaneras entre las ya distintivas interminables quebradas.

Ante estas premisas y antecedentes que han sido recogidos desde las imágenes que muestran a estos pueblos, la fotógrafa comprendió que su propuesta debía estar relacionada estrictamente al carácter de credibilidad que posee la fotografía dentro de nuestra cultura visual. Más aún si es en estos pueblos donde su reconstrucción histórica e identitaria siempre ha estado a merced de la fotografía. Angélica Araya Arriagada recorrió esos recónditos lugares para indicarnos que la acción de moverse y circundar a través de estos pueblos es una manera de persuadir a sus habitantes para que los mismos compartan su compleja relación con el entorno. Pero también cuando ella los interrogaba y escuchaba, para profundizar en sus anhelos, las ininterrumpidas sesiones de trabajo se transformaron en un gran archivo intangible de información, por lo que  ese acto trascendental ya posee una riqueza narrativa que a veces solo puede ser retratada por la fotografía.

Es posible imaginar que Hábitat Comunal: (Re) encuentros con el cotidiano de la Pampa ha investigado sobre la nueva relación que existe entre lo que circunda esa realidad desértica y las motivaciones que aparecen cuando reflejamos las sinergias de una vida social que no está amenazada por el rigor de un desierto, sino que más bien por la deshumanización social que colinda con el arduo trabajo de quienes trabajan en él. Hombres y mujeres, jóvenes y niños que ante la falta de espacios que acojan la sustantividad que da a conocer el hábitat local, buscan afanosamente que sus experiencias puedan ser interpretadas y compartidas por todos.  A pesar que el Estado sigue manteniendo deudas para la generación de accesos tanto a actividades culturales como de recreación.

Estas fotografías pasan a ser parte de un apoyo icónico importante para registrar y archivar las diferentes expresiones culturales que aparecen ahí. Es evidente que el conocimiento de las destrezas fotográficas, son un paliativo y a la vez son decisivas para aglutinar eso que va más allá de la fotografía y que en algunos casos remite directamente a la concepción ontológica de la imagen fotográfica. Por lo que dicha concepción de una imagen también pasa por inscribirla, en este caso, en el desierto y junto a los rostros de sus habitantes que pasan a ser el documento más preciado ya que son esos rostros los que sostienen las huellas de una vida enfrentada al más rudo de los olvidos.

 Un hábitat comunal ha acumulado la sensibilidad del cotidiano, de esa pampa tan presente, jamás olvidada. Este proyecto ha elaborado nuevos enfoques que hablan del entorno, el emplazamiento y la cultura de un espacio territorial específico. Todos estos planteamientos van aglutinando un material simbólico que definiría socialmente el cotidiano, la naturaleza y tránsito del desértico panorama de María Elena y Quillagua.

Rodolfo Andaur, Curador.
Año 2015


[1] HEIDEGGER, Martín. Construir, Habitar, Pensar. Este texto de Heidegger fue expuesto por primera vez en Darmstadt, en 1951.

{2] Un ejemplo bastante preciso para relacionar el concepto de post-producción y el enfoque de la fotografía en el desierto de Atacama, podría ser analizado desde la propuesta efectuada para el proyecto “Desierto no Cierto” de la cineasta y fotógrafa Nathaly Cano realizado en la costa de la región de Atacama. Más info http://rodolfoandaur.com/portfolio/desierto-no-cierto-la-revelacion-atacamena/

[3] Quillagua está ubicada en el límite entre las regiones de Antofagasta y Tarapacá. Ésta última cuenta con una Zona Franca que es un territorio delimitado dentro de un país para fomentar el desarrollo económico en zonas apartadas. Por esa razón, Quillagua al estar ubicada sobre la carretera panamericana y al mismo tiempo ser el último bastión más al norte de la región de Antofagasta, posee una aduana que controla la salida y entrada de mercaderías a la región de Tarapacá.

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